domingo, 10 de mayo de 2015

Congelada

Hola buscadores,
Hoy os traigo un relato corto que escribí hace tiempo. Lo hice como ejercicio en uno de mis cursos en la Escuela de Escritores. Me encantaba ser alumna y de hecho creo que, aparte de todo lo que aprendí, mejoré mucho en el estilo y la redacción de mis textos. Este tiempo que ha pasado desde que acabé creo que he empeorado un poco porque he vuelto a escribir rápido y sin fijarme demasiado en las descripciones, en simplificar... y es una pena porque llegué a hacerlo muy bien ^^
A ver qué os parece:



—Vamos a sentarnos abajo —me indicó Jaime.
Asentí sin más y él abrió la marcha con su tarrina de helado en la mano derecha. Yo le seguí por la escalera que conducía a la planta baja de la heladería, allí estaban las mesas para los clientes.
El único pensamiento que registraba mi mente era evitar que el helado se derramara, descendí como una autómata a una habitación donde la oscuridad se amontonaba en los rincones y las bombillas de bajo consumo intentaban iluminar la superficie de las mesas, que parecerían de hielo, repartidas por toda la estancia.
—¿Cogemos la mesa del rincón? —pude oír que me preguntaba por encima del potente zumbido de los aparatos de aire acondicionado.
No hizo falta que respondiera, Jaime ya había echado a andar hacia allí.
La mesa del rincón era "nuestra mesa". Nos habíamos sentado en ella en todas nuestras visitas a la heladería de los últimos tres años.
Nos acomodamos en nuestros sitios de siempre, pero entonces, Jaime cogió su tarrina de helado y la levantó por encima de su cabeza.
—¿Qué haces? —pregunté.
—Vamos a brindar —anunció con una amplia sonrisa.
—¿Con helado?
—No tenemos otra cosa.
Dudé unos instantes pero conocía esa sonrisa, era de alegría verdadera, así que tomé mi tarrina con la punta de los dedos y procedimos al brindis.
—¡Por mi futura aventura en tierras alemanas! —exclamó con emoción.
Intenté sonreír pero el cartón helado de la tarrina se me clavaba en los dedos como  astillas afiladas y me apresuré a soltarlo en la mesa en cuanto pude.
Jaime, en cambio, sostuvo el suyo en una mano y comenzó a devorarlo. Me llegó el olor dulzón que desprendía; a chocolate y galleta y por algún motivo, se me revolvió el estómago.
Mi helado no olía a nada.
—Todavía no puedo creerme que me hayan concedido la beca para estudiar un año en Alemania ¡Un año entero! ¡Y con todo pagado!
Bajé la vista hasta mi helado. Era de un color rosa pálido apagado. Metí la cucharilla y lo removí un poco.
—Sí... es increíble.
—¡¿Verdad que sí?! ¡Alemania! ¡Siempre quise vivir allí!
—Sí, lo sé —Saqué la cuchara, con una buena porción de helado y me la metí en la boca sin poder abrirla más que una rendija. Al instante hice una mueca ¿Qué sabores había escogido? Un gusto ácido, casi agrio invadió mi lengua adormecida por el frío.
—Vendrás a visitarme alguna vez, ¿verdad, Anna?
La pregunta me hizo levantar la vista.
—Tendrás que invitarme tú —respondí—, porque no estoy para pagarme un viaje a Alemania precisamente.
—¡Pues claro! ¡Serás la primera! ¿A quién iba a invitar sino a mi mejor amiga?
—A no ser que te eches alguna novia allí.
Jaime pensó que bromeaba, de modo que sacudió la cabeza con su habitual despreocupación y volvió a concentrarse en su helado.
¿Por qué se me había ocurrido decir algo así?
Decidí pensar en otra cosa y noté que no había nadie más en las otras mesas, quizás por el frío que hacía en la sala. ¿A quién le gustaba comerse un helado a diez grados bajo cero? Pusiera donde pusiera las manos se me agarrotaban doloridas. Incluso mis piernas eran un par de témpanos que entrechocaban por culpa de los nervios.
—Anna, ¿estás bien? —me preguntó de pronto.
—¿Eh?... Sí.
—¿Seguro? Llevas un buen rato callada... —Y su mirada bajó hasta mi helado casi intacto.
—Estoy bien —aseguré. Agarré la cuchara rebosante y me la metí en la boca con contundencia. Una vez, dos, tres... hasta que el helado formó una bola consistente que se me alojó en la garganta, negándose a bajar.
—¡Es que estamos de celebración! Pero tú no pareces contenta por mí.
—Estoy contenta, mucho. ¡Enserio! —Intenté tragar, una vez más, pero la bola bajaba unos milímetros para subir de nuevo como un yo-yo—. Es solo que... ya sabes, ha sido todo tan precipitado que todavía lo estoy procesando.
El helado ya no me sabía a nada, era una masa gélida que me provocaba escalofríos por todo el cuerpo, así que lo dejé a un lado.
—Sí que es precipitado... —continuó Jaime. Jugueteaba con su tarrina vacía, pasándosela de una mano a otra y yo supe que aún ocultaba algo más. Me incliné hacia delante y apoyé las manos sobre la mesa— ... porque me han dicho que tendría que ir de inmediato.
—¿Cómo... de inmediato?
—El avión sale pasado mañana.
El tiempo se detuvo un instante. Los sonidos, las luces parpadeantes, mi respiración... Solo el frío se resistió a desaparecer, al contrario, lo sentí ascender por mi cuerpo, anestesiándolo todo a su paso.
Hasta que, como en una película, alguien pulsó el play y todo se puso en marcha de nuevo.
—¿Te imaginas? ¡Dos días! —La mirada soñadora de mi amigo viajó por el espacio y cuando se volvió a posar en mí, yo aparté la mía por miedo a lo que pudiera mostrar.
—Dos días... Es súper pronto.
Mantuve la compostura todo lo que pude, pero por debajo de la mesa, junté las piernas y apreté una rodilla contra la otra con fuerza en un intento de manejar la tensión.
—¡Lo sé! ¡Lo sé! Casi no voy a tener tiempo de nada... —admitió él, ajeno a todo excepto a su propia felicidad—. Pero Anna, estoy tan ilusionado...
Finalmente la presión en mis piernas fue cediendo y yo seguí con la mirada la línea recta de mi brazo hasta mi mano, que seguía ahí, sobre la mesa, abandonada a unos cuantos centímetros de la de él.
—En verdad me alegro por ti —murmuré.
—Ya lo sé, boba.
Pero no lo decía para convencerle a él, sino a mí misma. Quería alegrarme, debía alegrarme, no obstante mi cerebro había salido de su letargo con una orden clara y firme: "¡Dile que se quede! ¡Díselo!"
—No te estarás poniendo triste ¿Verdad?
—¡Claro que no! —repliqué en un impulso—, ¿Por qué? Si es lo que te hace feliz... —La bola de helado me estaba provocando un dolor agónico en la mandíbula, así que me la froté con disimulo para poder seguir hablando—. Obviamente, te echaré de menos pero...
—Yo también —me interrumpió. Levanté los ojos y entonces, fue él quien los bajó— Pero será solo un año ¡Eso pasa volando!
—Claro.
Claro que no. Un año podía ser un suspiro o una eternidad. Lo mismo que los centímetros que separaban nuestras manos o la cantidad de valor que necesitaba para pedirle que se quedara.
Yo no tenía el coraje suficiente como para decir en voz alta lo que estaba pensando.
Jaime se puso a hablar de nuevo aunque yo no escuché lo que decía porque mi atención se había detenido en la imagen de nuestras manos, una frente a la otra. ¿Y si se la cogía? Me conocía mejor que nadie, así que con ese gesto entendería que no quería dejarle marchar y serviría para retenerle.
Moví la mano lentamente, estirando los dedos entumecidos hasta casi rozarle. Estaba ya tan cerca que me llegaba la calidez de su piel.
Un poco más y le habría tocado, pero un barullo de voces y pasos que se acercaban me paró en seco.
Jaime dejó de hablar y dio un respingo alzando la cabeza. Su mano se apartó de la mía.
—¡Hombre! ¡Si son Jaime y Anna! —exclamó una voz.
Giré la cabeza y el alma se me hundió hasta los pies. Nuestro grupo de amigos al completo apareció por el hueco de la escalera.
—¡Ey, hola! —saludó Jaime, contento.
Se levantó y fue directo a ellos, pero yo me quedé quieta. Necesité unos segundos para tranquilizarme, antes de levantarme e ir hacia ellos arrastrando los pies.
El corazón me latía desbocado por lo que había estado a punto de hacer. Ahora me parecía una tontería, estaba segura de que habría hecho el ridículo y, lo que era peor, no habría servido de nada.
La felicidad que irradiaban sus ojos dejaba claro que no renunciaría a ese viaje pasara lo que pasara. Ni aunque le hubiese dicho que yo le necesitaba a mi lado, que era una de las personas más importantes de mi mundo. Era mi... mejor amigo.
Ni siquiera me sentía culpable por haber pretendido pararle ¿Qué clase de amiga era?
—Bueno, tengo que irme —anunció Jaime—, que tengo mucho que preparar y muy poco tiempo. Nos mantendremos en contacto este año y cuando vuelva... ¡Lo celebraremos!
Así comenzó la temida despedida. Jaime se puso a dispensar abrazos, besos, apretones de manos de buena gana. Yo sentía que los escalofríos aumentaban según se iba acercando a mí.
Fue un momento tan fugaz que me pareció más imaginado que vivido. No hubo demasiada diferencia con lo que había hecho con los demás: me dedicó unas palabras de adiós y me abrazó. Si hubo algo, fue una mirada que me dirigió solo a mí antes de girarse hacia el siguiente. Intensa y significativa. Pero yo estaba demasiado alterada como para interpretarla adecuadamente.
Le seguí con los ojos mientras subía las escaleras, y me quedé colgada mirando el lugar por el que había desaparecido hasta que los demás me llamaron y tuve que regresar a la mesa.
Se pusieron hablar, pero yo me sentía a kilómetros de distancia. Sus voces eran sonidos extraños de un idioma incomprensible para mí.
En mi cabeza se repetía una y otra vez la escena que acababa de sucederse, esta vez a cámara lenta, incitándome a que hiciera algo diferente aunque fuera solo en mi imaginación, pero ni siquiera entonces fui capaz.
Estaba congelada.
Por la escalera, que aún observaba, bajaron de repente, un par de críos. Un niño corría sin parar de reír, rodeando las mesas, y una niña le perseguía, hasta que él se dejó atrapar por los bracitos de su amiga.
La bola de helado de mi garganta terminó de fundirse, inundándolo todo con su textura espesa y robándome la respiración. Sentí un regusto salado en la boca. El sabor de las lágrimas que había estado reteniendo.
La visión de esos niños hizo que la pena acabara por trastornarme. Me hizo pensar en el año de la vida de Jaime que iba a perderme, pero también me vi arrastrada por una inesperada nostalgia que no tenía sentido. Como si echara de menos los años de mi infancia que había pasado sin conocerle, ¿cómo podía extrañar algo que no había pasado?
Aparté la mirada de los niños y la coloqué sobre mi helado totalmente derretido. Las ganas de llorar aumentaron, así que volví a apartarla.
Movía la cabeza de forma errática ¡Porque no sabía a dónde mirar! Huía de los rostros de mis amigos. Suelo. Techo. Mis piernas. Mi corazón estaba a punto de estallar y mi vista estaba cada vez más borrosa por las lágrimas.
Pero no quería llorar.
Acabé fijándola en las escaleras por las que él se había ido y me invadió la terrible urgencia de salir corriendo. De escapar. Apoyé las manos en la silla, flexioné los brazos y...
—Anna... —La voz de alguien cortó mi impulso de ponerme en pie—, ¿Qué te pasa? ¿Por qué tiemblas?
¿Por qué temblaba? En las escaleras ya no había nada para mí. Ni más allá tampoco. Ya no.
Me froté los ojos con disimulo y me volví.
—No es nada —dije en voz baja—. Es solo el frío.
¿Qué pensáis? A mi profe de la escuela le gustó aunque me dijo que no le molaban mis historias de amor con finales tristes, jajaja. Yo no pienso que sea un final triste, solo es un final abierto. Cada cual puede imaginar lo que pasará a continuación ¿No?
Hasta otra, buscadores. 

 

martes, 21 de octubre de 2014

¿Por qué lloro con los libros?



Buenas noches Buscadores,
Esta entrada no pertenece a ninguna historia, es solo una de esas veces que escribo cosas que pienso y las cuelgo aquí porque... bueno pues porque es mi blog, básicamente.
No hay demasiadas entradas así, de hecho, pero de vez en cuando las escribo.
Supongo que ya sabréis que a mí no solo me gusta escribir, sino que también me gusta leer. Mucho, muchísimo ^^ No existen los escritores a los que no les guste leer, no pueden existir. Y leo muchos libros de diferentes géneros, estilos, temática... y a veces lloro con esos libros.
Hoy me he quedado pensando ¿Por qué lloro con algunos libros?
Está claro que si lees un libro que te encanta y al final, el simpático autor hace una masacre y decide matar a la mitad de los personajes o a algún protagonista, pues es normal que llores porque, en mayor o menor medida, todo el mundo (incluso los que no son tan intensos como yo leyendo) nos encariñamos con los personajes. Y su muerte nos entristece.
También puede ser que estés leyendo una historia de amor preciosa y que acabe fatal porque los protagonistas no acaban juntos por lo que sea que les pase, sin que la temida muerte tenga nada que ver con ello. Eso también te puede hacer llorar. Y te da rabia... muchisisisisima rabia. Por lo menos a mí.
Pero ¿Qué pasa con esos otros finales? Esos finales en apariencia felices, en los que todo ha salido como debía salir y sin embargo... nos hacen llorar.
Está bien, quizás esto no os haya pasado y no queráis que os incluya, así que hablaré en primera persona.
Hoy mismo he terminado el último libro de una trilogía (que no diré cuál es por si os hago spoiler sin querer) que ha tenido un final muy feliz. Sí, había una guerra de por medio y algunos personajes han caído, pero no eran demasiado importantes (vamos, que no había tenido ocasión de cogerles cariño). Los protagonistas han sobrevivido y han acabado juntos. De hecho, el último capítulo acaba de un modo que para mí es perfecto.
Después de todas las luchas y las batallas, ellos están juntos, viviendo en una isla donde nunca hubo guerra y con toda la vida por delante.
Y hasta ahí todo iba bien... pero tras ese final, había un mini epilogo donde te llevaban directamente al momento en que ellos dos ya son ancianos y están a punto de morir. 
Genial. Yo me alegro de que después de todo tuvieran una vida larga y feliz y llegaran a viejos, sobre todo después de todas las veces que durante la historia pensé que iban a morir. Pero no me gusta que me cuenten que ahora son viejos y van a morir. Te has comido toda su vida feliz y me llevas al momento de su muerte ¿Por qué? ¿Con qué objetivo?
Bueno, pues he cerrado el libro y... me he empezado a sentir tan, tan, tan, pero tan triste. Y ya os imaginaréis lo que ha pasado :'(
Lo había sentido otras veces, con otros libros y no sabía muy bien por qué. Es una pena extraña y que no sepas bien por qué la notas, te hace sentir aún peor.
No obstante, esta vez sí que sé qué es. Aunque pueda sonar extraño: no es más que la habitual tristeza que se siente por una pérdida.
Intentaré explicarlo para que no suene tan raro.
Cuando lees un libro llegas a conocer tanto a los personajes que es como si se convirtieran en tus amigos. Y es lógico que tengas esa sensación porque conoces su vida, su pasado, sus pensamientos, sus sentimientos. Te caen bien, te caen mal, empatizas, te identificas con ellos, los odias y por supuesto, los quieres. Y todos tenemos alguna historia que nos ha llegado mucho más profundo que el resto. No solo cuando lees el libro están contigo, puedes soñar con ellos y cuando estás haciendo tu vida normal, te sorprendes pensando en ellos como podrías pensar en una persona real.
A lo mejor lo veis como una exageración pero... sí que son amigos de algún modo.
¿Y qué pasa con ellos cuando el libro acaba? Ya no están, se han ido para siempre. Jamás sabrás que fue de sus vidas a partir de ahí. Nunca volverás a sentirlos cerca y si es un libro que nadie de tu entorno ha leído, ni siquiera tienes la oportunidad de hablar de ellos con nadie. Te dejan sola.
Y si realmente llegaste a sentir, aunque solo fuera por un instante, que esos personajes te estaban dando consuelo con su historia ¿No es normal llorar cuando se marchan para siempre? ¿Cuándo sabes que nunca tendrás la oportunidad de volver a "contactar"?
No sé, quizás sea algo que solo me pasa a mí pero... al terminar ese libro, no dejaban de venir a mi mente recuerdos de ellos tan nítidos como si yo hubiese estado a su lado en todas esas situaciones. Y lo estuve. Ahora son ellos los que no están.
¿Y de verdad es tan extraño que en este mundo que cada día es más gris, triste y solitario, nos sintamos acompañados por los libros y lloremos la pérdida de los personajes? No me parece tan alarmante que tengamos que buscar amigos en las novelas cuando los reales no se interesan por ti o por lo que haces, ni están cuando los necesitas.
La verdad es que no lo sé. La vida es extraña en sí misma y cada uno tenemos que elegir lo que nos resulta normal y lo que no.
Si a alguien más le ha pasado esto, me encantaría saberlo.
Y a los protas de mi libro, hasta siempre amigos.
Chao buscadores.

martes, 15 de julio de 2014

Dublín 3



Vuestro desenlace, Buscadores...



Nataly nunca había sabido lidiar con la tensión de situaciones como esa y antes de que pudiera evitarlo, las lágrimas recorrieron sus mejillas.
-Nataly… tranquila. Tal vez esto sea lo mejor- intentó tranquilizarla. Pero ni él mismo podía creer esa absurda idea, así que no sonó muy convincente.
-Yo te quiero- susurró ella. Tom suspiró.
-Eso ya lo sé-
Se miraron fijamente, sin pestañear. Los dos pensaban a toda velocidad intentando buscar algo que detuviera aquella conversación y les permitiera seguir juntos, pero no eran conscientes de que el otro también lo hacía.
A su alrededor, el edificio se estaba llenando de ecos de todo tipo; había susurros, pasos acelerados e incluso puertas que se abrían y se cerraban varias veces. Pero ellos no se daban cuenta. Hasta que su timbre sonó.
Nataly dio un respingo y a Tom incluso le extrañó. El mundo que había tras esa puerta había desaparecido en esos minutos.
-Abre la puerta- le pidió a Nataly. Se había quedado clavada, con el pecho subiendo y bajando con violencia y el ceño fruncido sobre sus ojillos húmedos.- Tenemos que abrir, Nataly. La ley obliga a todos los ciudadanos a abrir siempre la puerta durante el día.-
Pero Nataly no quería ver a nadie, no quería que ninguna otra persona llegara y esa conversación se detuviera, porque si eso pasaba y terminaba… ¿Qué significaría?
El timbre sonó por segunda vez y fue Tom quien caminó hasta la puerta para abrirla. Ella le siguió con la mirada conteniendo la respiración como si temiera que fuera a desaparecer.
Abrieron la puerta, en el umbral esperaba un policía. No era uno normal, se trataba de un Voz. La mayoría de agentes de la ley que circulaban por la ciudad esos días eran Voces. Se les llamaba así porque su trabajo era básicamente servir de enlace entre el ministerio de seguridad y defensa y los ciudadanos, transmitiendo mensajes y comunicados.
Por tanto no llevaban armas, aunque tenían una cierta autoridad sobre el resto de la gente.
El Voz les hizo un gesto que servía tanto para identificarse como tal, como para saludar de forma respetuosa. A pesar de la irritación que suponía para Tom la llegada de ese hombre, le hizo un gesto con la cabeza.
-Buenas tardes, agente- añadió también.
-Vengo a comunicar a todos los residentes de este edificio que la zona de la ciudad donde está emplazado se encuentra en estado de alerta desde hace una hora. Lo que significa… - Tom se contuvo antes de resoplar, impaciente. Todo el mundo sabía ya a esas alturas el significado de un estado de alerta, pero siempre había que dejar hablar a las Voces.-… los expertos del ministerio han observado movimientos en la “La plaga” que parecen indicar que se dirige hacia aquí. Por tanto, toda esta área de la ciudad debe poner en marcha el protocolo de seguridad. Tenéis dos horas para dejar este lugar y buscar refugio en cualquiera de las zonas seguras de Dublín. Os recordamos que si no contáis con familiares o amigos que puedan acogeros, el alcalde ha puesto a disposición de los ciudadanos algunos lugares como refugio provisional: iglesias, albergues, etc.- Aquel Voz usaba un tono neutro y monótono, adquirido a base de repetir hasta la saciedad ese discurso sin tener en cuenta ya lo que realmente significaba para la gente que lo oía. Ni siquiera los miraba a ellos al hablar, sus ojos grises se perdían en la ventana del fondo.- El ministerio informará de que la zona vuelve a ser segura utilizando para ello las sirenas repartidas por toda la ciudad.-
<<Que sonarán tres veces cuando podamos volver a casa>> Tom lo sabía de sobra. No obstante, al pensarlo tuvo un sinfín de pensamientos funestos rondándole la cabeza. ¿Volverían juntos a esa casa cuando “La plaga” se retirara? ¿O tendría que enfrentarse solo a ese cuartucho infectado de imágenes grabadas a fuego en las paredes, en la cama… por todas partes?
Ni siquiera tenía fuerzas para pensar en eso aún.
-Gracias, agente- dijo Tom. El joven Voz parpadeó y le dirigió de nuevo su saludo, esta vez como despedida; primero a él, y después a Nataly. Al mirarla, el agente entrecerró los ojos, consternado.
-¿Todo va bien, señorita?- le preguntó. Tom volvió la cabeza hacia ella; sus ojos seguían arrasados por el llanto, temblaba y su rostro era un lienzo donde el miedo imperaba con fuerza. Se le partió el corazón al verla en ese estado. ¿Estaba haciendo lo correcto al obligarla a hablar de aquello?
-Sí, todo va bien- respondió ella, frotándose los ojos. Aún así el Voz parecía sospechar que mentía, pues su mirada escrutaba su rostro en busca de alguna señal silenciosa de auxilio.- De verdad, agente. Todo está bien.- Respiró hondo para tranquilizarse, aunque por dentro seguía sintiendo que se derrumbaba.
El Voz aún se detuvo unos segundos a inspeccionar la habitación con su seria mirada, quizás buscando algún signo de pelea que, lógicamente, no halló. Así que no le quedó más remedio que marcharse.
Tom cerró la puerta tras él, y también los ojos mientras escuchaba los pasos de ese hombre bajando las escaleras, de nuevo hacia la calle. A él se unieron las carreras nerviosas de otros vecinos que se precipitaban a desalojar el edificio.
Nataly se movió tras él. Sus brazos le rodearon desde atrás y percibió la suavidad cálida de su rostro apoyado sobre su hombro desnudo. Por suerte, ella no podía verle porque, una vez más, el dolor más oscuro corrompió el rostro de Tom que apretó la mandíbula y los ojos cerrados, más de lo que nunca lo había hecho.
Deseó apartarla de él, o no, pero era lo que se suponía que debía hacer. No obstante, Nataly temblaba pegada a su cuerpo y no fue capaz. Después de todo, pensó que aquello era como una despedida lenta y desoladora y tal vez si lo alargaba, no sería tan terrible. Aún no estaba listo para decir adiós.
-¿Recuerdas la noche en la feria?- le preguntó con un susurro ahogado.
-Es un parque de atracciones, Nataly-
-La noche en que nos conocimos- continuó ella sin darle importancia a su comentario.- Cuando me marchaba a casa, durante el viaje en coche, intentaba recordar con exactitud cuántas palabras nos habíamos dicho, cuántos minutos habíamos compartido. Y me sorprendió que no habían sido demasiados… sin embargo, mientras me alejaba yo sabía que ya te quería.-
Y él también lo sabía, aunque no recordaba cuando se había dado cuenta. Y no le pareció extraño entonces.
-Lo he estropeado todo ¡Qué gran sorpresa!- murmuró ella. Tom esbozó una media sonrisa incontrolable y Nataly le abrazó con más fuerza.- Estaba asustada. Sentía que te alejabas más y más y yo ya no sabía cómo acercarme a ti. Se me ocurrió que si no me marchaba yo, serías tú el que te fueras.-
-Nataly… ¿Tú quieres irte?-
La sintió coger una buena cantidad de aire y soltarlo muy despacio. Eso le hizo temer una respuesta que podía darle esperanzas o hundirle definitivamente.
-No lo sé-
Le dolió, sí, pero no tanto como podría haberle dolido. No sabía qué pensar, así que tampoco sabía cómo actuar. Todo lo que había pensado y aceptado hasta ese momento se estaba viniendo abajo. La ansiedad era terrible.
-Si quieres irte, lo entenderé. Ya te lo he dicho. Y quizás encontrarás lo que realmente quieres. Si es así, yo sólo quiero que sepas que…- Se soltó del abrazo para girarse hacia ella y mirarla. Esos enormes ojos castaños, del mismo tono que los de él, le miraban con una súplica muda. Pero ¿Qué le pedían? ¿Qué la dejara ir? ¿Qué la obligara a quedarse? ¿Quién hablaba a través de ellos: Nataly o su miedo? Los pensamientos se le torcieron y una desesperante urgencia que había mantenido a raya hasta entonces, se apoderó de él.- Nataly, sólo dame la oportunidad de amarte más de lo que alguna vez hayas imaginado. ¡Lo haré! Pero no me dejes sin lugar al que ir.-
-Tú tienes un lugar al que ir, Tom- dijo ella.- Es Reward.-
¿Era eso? Nataly se creía un obstáculo entre él y lo que Reward podía ofrecerle… No lo entendió pero le dio igual. Negó con la cabeza, inclinándose sobre ella. Sus manos sostuvieron el rostro de Nataly y ella no se apartó.
-Eres tú- Y se lo dijo plenamente convencido de esas palabras. Porque era verdad, ella era cuanto le importaba en el mundo. Sí, incluso más que Reward. ¿Por qué ella no le creía?
-Creo que… debería irme- anunció ella.
El tiempo se detuvo para él con esas palabras. Primero, Nataly bajó la mirada, conteniendo nuevas lagrimas y después, se apartó de él y de sus manos. Caminó despacio hasta el rincón donde ambos tenían siempre preparadas sus bolsas de emergencia y se inclinó para coger la suya. Arrastró los pies hacia la puerta y colocó su mano sobre el pomo. Desde allí, giró brevemente la cabeza hacia él, que seguía de espaldas, demasiado impresionado para moverse.
-Tom, no te quedes aquí ¿De acuerdo?- le pidió.  Éste destensó los músculos de sus hombros y la espalda, volviendo poco a poco en sí.- ¿Me has oído?-
Su cuerpo casi dio un respingo.
-Sí, sí… tranquila. No me quedaré.- le aseguró. Se giró hacia ella con rapidez.- Nataly, por favor…-
Pero ella entre abrió la puerta y se escabulló por el hueco a toda velocidad. Cuando la puerta se cerró, el golpe retumbó por todo el cuerpo de Tom como un cañonazo letal.
Se había ido. Nataly se había ido, de verdad. Su primer impulso fue seguirla, así que se precipitó sobre la puerta, llegó incluso a coger el pomo pero no lo giró. Ni se movió.
Estaba aturdido y desorientado. En el transcurso de esa conversación había creído tanto que Nataly acabaría dejándole como había confiado en que lo solucionarían… hasta que finalmente, se había ido. Pero ¿Qué esperaba? Había sido él quien lo había empezado todo. Nataly había dudado hasta el último momento, no lo tenía claro y si él no la hubiera empujado a darle una respuesta, quizás seguirían juntos. No podía saber cuánto tiempo habría durado, era verdad, pero en esos instantes lo único que deseaba era estar con ella un poco más, una noche más, un día más, lo que fuera.
Apoyó la frente sobre la madera rasposa de la puerta. Su corazón estaba vacío y también sus fuerzas estaban abandonando su cuerpo.
Pero oyó algo al otro lado: una respiración entrecortada. Y el corazón se le aceleró, reviviéndole de golpe.
-Nataly… -susurró justo antes de abrir la puerta.
Allí estaba ella. No se había alejado ni dos pasos del umbral. Con los ojos húmedos de nuevo y la maleta en la mano.
-No te has ido…-
-No quiero irme- Dejó caer la maleta al suelo y prácticamente saltó sobre él para abrazarle.- No sin ti.-
Tom respiró hondo para asegurarse de que no lo estaba imaginando. Sintió el peso de ella en sus brazos y se apresuró a agarrarla y meterla de vuelta en el apartamento. Cerró la puerta con fiereza.
-Lo siento…- empezó a decir ella, pero sus disculpas fueron acalladas con un intenso beso que hizo que todo comenzara a dar vueltas a su alrededor. Su espalda chocó contra la puerta, y el pomo se le clavó en ella, pero le dio igual. Eso y todo lo demás, fue como si nada de lo que había pasado fuera real. Parecía una pesadilla lejana de la que ambos acababan de despertar para comprobar aliviados, que la realidad era la de siempre.
Las alarmas de toda la ciudad de Dublín dejaron escapar un solo pitido que se prolongó varios segundos. El último recordatorio para la población de que debían abandonar la zona en alerta,
-Tenemos que irnos de aquí- le recordó ella. Pero Tom la miró con una sonrisa traviesa bailando en su moreno rostro.
-El Voz dijo que teníamos dos horas ¿No?- se sacó la camiseta de tirantes negra por encima de la cabeza y volvió a acercarse a ella.- Nos da tiempo.-
Volvió a besarla con pasión renovada y la levantó en sus brazos. Sin dejar de mirarla, fue retrocediendo lentamente en dirección a la cama.


Hasta pronto ^^